Cumpliendo lo prometido, aquí está nuestro particular y personalizado cuento de Navidad. En realidad, una Pesadilla el día antes de Navidad. Por Berbi.
Yo ya le digo al autor que esto queda abierto para una segunda parte, pero remolonea y me está costando convencerle. Creo que, si queréis más, tendréis que animarlo.
La puerta de la verja exterior se queja al ser abierta por la madre de José Luis López, que anda cogido de la mano mirando la imponente fachada de los Agustinos. El frío invernal y la baja niebla no ayudan a darle un aspecto más acogedor, sino todo lo contrario, y el chaval tira del brazo de ella en un intento de evitar entrar por las escaleras.
En la clase de lengua, Don Victoriano, “el Viti”, le pregunta los grados comparativos del adverbio, y ante los titubeos y muestras de no haber estudiado tampoco esa lección, el pobre José Luis es condenado a copiar trescientas veces al terminar las clases: “Inferioridad, igualdad y superioridad”. Así le hará compañía porque hoy es día de corregir exámenes para no tener que llevárselos a casa durante las navidades.
A las seis en punto, la campana anuncia el final de las clases y la algarabía resuena por todo el colegio, comienzan las vacaciones, mañana vendrá Papá Noel y seguro que cae algún regalo. Pero el chaval es lento o son demasiadas las repeticiones y con un “cuando acabes, apaga la luz y cierra la puerta de clase”, el Viti se va, dejándolo rodeado de pupitres vacíos.
Apenas transcurren unos minutos y José Luis decide recoger en su carterita los papeles de las copias que no llegan a sumar doscientas treinta, pero que acabará en casa a escondidas, porque no va a quedarse ni un minuto más con tanta fría soledad. Primero saca la cabeza, mira en los dos sentidos, la noche se ha cerrado sobre el claustro, todas las clases se encuentran oscuramente desiertas, y apenas alcanza a ver unos metros. Al fondo, a su derecha, parpadea el Belén que el Padre Luis ha montado en la Capilla, y a la izquierda se ve todavía la luz de la secretaría, así que hacia allí se lanza a la carrera para alcanzar la puerta de salida al patio que hay a su lado. Desgraciadamente pese a insistir en la manilla está cerrada, y el mundo se le viene encima al pensar que puede estar atrapado en el interior del enorme colegio.
Pasos. Se oyen pasos. Claramente puede verse un hábito, el Padre Copete, refunfuñando y apagando la luz de la clase que José Luis ha dejado encendida a sabiendas para poder ver algo en su huída, y que al desaparecer le hace temblar. Rápidamente busca en sus bolsillos y cuenta las monedas. Bien, tiene 85 ptas, suficiente. Entra en la secretaría y pide un block de exámenes, que el oficinista objetará con la hora que es, con que tiene que empezar nueva caja o con que tiene la de caudales cerrada, pero que finalmente entregará al muchacho.
De vuelta al claustro, López salta de radiador en radiador hasta llegar sin problemas a la campana, ya abandonada por los condenados porque ya es muy tarde. La bordea y gira para salir por la entrada principal, que por la misma razón tiene la llave echada y los pestillos cruzados... José Luis no sabe si gritar o llorar, y entre el desconsuelo de su miedo, piensa en la puerta de las clases de 4º, en el lado opuesto del claustro. Sin dejar la cartera se encamina hacia allí, pero oye el tañer de la campana, alguien está tirando fuerte de la cuerda, llamando tal vez a la cena de los hermanos. Con el mayor de los sigilos, alcanza a ver como el Padre Macho huye de la escena, y en cuanto desaparece, el joven se pega a la pared para andar a paso firme hasta su final. Empuja la primera de las puertas, los grifos de la fuente gotean y su rezo surte efecto porque ve la libertad del patio trasero. Sin casi sentir las piernas baja los escalones y se abraza a uno de los árboles. Por fin libre.
Sin embargo, el hortelano, con la azada al hombro le grita desde la distancia acusándole del robo de berenjenas y corre entre las tomateras a por él. Pero José Luis no ha huido para detenerse allí, sabiendo que no le ha reconocido, así que tuerce hacia la gran puerta metálica por la oscuridad de los plataneros hasta llegar al recreo delantero que apenas se deja ver por la iluminación sobrante del Camino de Las Torres.
A lo lejos, de pie, tras los setos frente a las escaleras de la principal, distingue a una silueta con un abrigo negro... ¡es su madre! Lleno de gozo, aprieta el paso, arrepentido por no estudiarse la lección, temeroso del castigo que percibirá, aunque contento de poder abrazarse a ella y volver al hogar donde ya paladea el turrón.
-! Mamá ¡- le grita José Luis al llegar a su lado.
- Pero, ¿qué hace usted aquí? – le responde “el que nunca debería nombrarse” volviéndose.
Yo ya le digo al autor que esto queda abierto para una segunda parte, pero remolonea y me está costando convencerle. Creo que, si queréis más, tendréis que animarlo.
Comentarios
Me ha gustado el relato . Ha hecho resucitar aquellos recuerdos de la campana, pasillos, castigos, miedo...
Luis Aguilar
Y también me ha recordado las carreras por los pasillos, las pedradas del Hortelano, el tira-chicos en el frontón, las fotos de clase en el jardín del claustro...
No sé si no me estaré volviendo un poco "moñas", pero, ¿a nadie más le apetece darse una vuelta por el interior del Colegio?. Lo digo porque ya he visto al menos 2 blogs de otros cursos que lo han hecho. Yo me tiré 15 años allí... Creo que sólo me gana el Chori je je je